domingo, octubre 11, 2009

La princesa

Desde bebe se le ha inculcado la idea de ser la princesa del cuento, se le sembró la idea de que se merece toda la atención. De todos, siempre.

La idea germinó hasta que la edad lo permitió, dejó de ser siempre graciosa y encantadora, así como todos los bebes dejan de ser bebes. Pero de este choque con el mundo, la idea no murió, mas bien mutó. La resultante fue una soberbia disimulada, y una inseguridad interna que le engendra el miedo de que si no es adorada, no vale igual.

Otro de los cambios de esta idea es que no podrá obtener la atención de todos, siempre.
En lugar de eso, habrá de conformarse con mucha atención de unos pocos... familia, pareja, amigos, etc...

De esta sutil soberbia mutante se desarrollaron muchos métodos, conscientes e inconscientes,
para lograr esa merecida atención, que por derecho de nacimiento le corresponde.

Las lagrimas son uno de los mejores métodos, usado en la intensidad y tiempo exacto,
ablanda el terreno para construir un momento donde la otra persona solo piensa en ella.
Si lo hace por culpa o por amor es lo de menos, lo importante es mantener el cetro y el centro de la atención.

Sin darse cuenta, la princesa aprendió a sufrir para llenar ese vacío de atención. La lógica es innegable, si me quieren y estoy sufriendo, tienen que venir a ayudarme. Si no vienen, sufro mas hasta que me hagan caso, y así crece este circulo vanidoso y martirizante.

Después de perder a algunas personas importantes en su vida, aprendió que no se debe de abusar de la táctica, por que produce el efecto contrario al deseado. Esto lo aprendió así como se aprende a caminar, es algo inconsciente que se aprende con dificultad, pero una vez aprendido se hace sin pensarlo.

Y ahí continua la princesa con su necesidad inacabable de atención, buscando nuevos reflectores personales que le iluminen el día, nuevas personas para construir esos momentos donde todo lo que ella dice, hace y siente es prioridad, pero cada vez es mas difícil.

A veces la princesa se siente sola, y considera que algo anda mal en ella, pero al final siempre encuentra algún un culpable en quien descargar su odio y su miedo a la soledad. Siempre es más gratificante ser la víctima del destino celestial, que el director de nuestra propia película.

Pensando en todo eso, a veces siente ganas de llorar... pero al rededor no hay nadie que la consuele... y así no tiene caso.

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